El clásico quedó en manos del más inteligente. De aquel que sacó provecho de tres virtudes fundamentales en el fútbol de hoy: orden, actitud a la hora de defender, y contundencia cuando pisó el área rival. Gimnasia y Tiro encaró el clásico como si se tratara de una final. Juventud Antoniana, en cambio, lo tomó como un partido más. Quizá ahí estuvo la clave del triunfo del albo. Al menos esa es la sensación que dejó en la retina de cada uno de los hinchas que se llegaron hasta el estadio Padre Ernesto Martearena.
Gimnasia y Tiro tuvo la virtud de "desnudar" todas las falencias de Juventud Antoniana que se mostró impotente, irresoluto, y nunca fue capaz de revelarse ante la adversidad, además de equivocar el camino hacia Perelman, chocando siempre con el esquema escalonado del albo que le hacía casi imposible llegar con posibilidades hasta Pelerman.
Y en este contexto Daniel Ramasco fue la bandera del sacrificio, la figura en la cual Gimnasia y Tiro cimentó y fundamentó su entrega. El Gato no dejó pensar ni jugar a Matías Ceballos, la carta que tenía el santo a la hora de armar el dispositivo en el ataque. El duelo lo ganó con amplitud, con soberbia.
El otro punto alto del albo fue la Chancha Zárate. Tuvo una clara y no falló. Dejó la pelota "colgada" en un ángulo. Virtud de goleador. De un elegido. Tampoco hay que dejar de mencionar a Pelerman quien aportó seguridad y tranquilidad.
En el otro duelo, el de la línea de cal hacia afuera, también tuvo un claro ganador: Salvador Ragusa, porque el DT supo cómo explotar las mejores virtudes de su equipo y cómo hacerle el juego más difícil a Juventud Antoniana.Gimnasia y Tiro golpeó una vez y con eso le alcanzó para llevarse un clásico con autoridad, desnudando a un santo que fue impotente e irresoluto, y que siempre cayó en la telaraña que le propuso el albo y que el Beto Pascutti no supo descifrar ese jeroglífico.